Reconocer los propios defectos es una salida para la crisis
Cuando anhelamos el perfeccionamiento de las cosas, es imprescindible que busquemos lo que está equivocado, comenzando por nuestro interior, ya que, si no reconocemos nuestros defectos, ¿cómo podremos corregirlos? Básicamente, tenemos que dejar de engañarnos a nosotros mismos, con el riesgo de mentirnos como protagonistas de este pensamiento de La Fontaine (1621-1695): “La vergüenza de confesar el primer error, hace cometer muchos otros”.
Ahora bien, esto se aplica a todos y a todo para la mejor convivencia global.
Tomemos como ejemplo la actual crisis. El capitalismo es una sucesión de ellas. Lo que está por exigir, ahora más que nunca, además de las medidas técnicas correctivas, una reforma que tenga como bandera la dignidad, el respeto al ser humano. De lo contrario, la próxima explosión de la burbuja será aún peor que la de la primera década del siglo XXI.
Erigir una comunidad mundial más responsable
Rectificar esa nociva costumbre sería, digamos para argumentar, un categórico primer paso para erigirse, en el transcurso del tercer milenio, una nueva comunidad mundial más responsable, por lo tanto, con menos repentinas crisis, incluso las financieras y económicas —aunque posible y cíclicamente armadas y previstas, al menos por aquellos que viven para obtener unos beneficios de lo que la multitud ni siquiera imaginaba que ocurría—. Se une a esto las proclamadas desatenciones y desintereses de ciertos gobiernos en el mundo, que fomentan secuelas como la grave cuestión del desempleo; la falta de una mejor regularización y fundamentos económicos sólidos; las estimativas equivocadas de la situación económica; y las inexplicables ambición y arrogancia, que han sido la muerte de tanta cosa apreciable que ni tuvo tiempo de nacer, para orfandad de las masas. Como vaticinaba Gandhi (1869-1948), “llegará el día en que aquellos que están en la loca carrera de multiplicar sus bienes en el inútil intento de engrandecimiento (extensión de territorios, acumulación de armas, de riquezas, de poderes...) reevaluarán sus actos y dirán: ¿qué hicimos?”.
Por todo esto, prefiero primeramente confiar en Jesús, que el Mahatma, indio, pero por encima de todo universalista, tanto respetaba, así como lo hacen los Hermanos islámicos. El Cordero de Dios no trae ni entra en crisis. Para nuestra seguridad, Él nos había fortalecido, al revelar:
“Yo soy el Pan de la Vida. El que a mí viene nunca tendrá hambre, y el que en mí cree no tendrá sed jamás. (...) Yo soy el Pan Vivo que descendió del Cielo. Si alguien come de este pan, vivirá para siempre” (Evangelio, según San Juan, 6:35 y 51).
Ahora bien, todo en este planeta puede quedar más allá del control de los hombres, pero nada escapa al comando de Dios. Sin embargo, cuando los seres humanos verdaderamente se reúnen con el intento de encontrar una solución, incluso para los más espinosos problemas, ella surge. Pero, es “necesario que haya Buena Voluntad”, como constantemente recomendaba el inolvidable fundador de la LBV, Alziro Zarur (1914-1979), siempre que no sea confundida con buena intención, de la que está lleno el infierno, como dice el pueblo.
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