“La abominación de la desolación en el lugar santo”
Esta cita de Jesús, el Cristo Ecuménico, en Su Evangelio según San Mateo, 24:15, constante en el Sermón del Fin de los Tiempos — referencia a la palabra del profeta Daniel, Antiguo Testamento de la Sagrada Biblia—, debería ser tema de profunda reflexión en nuestra sociedad.
La muerte de 12 adolescentes en la Escuela Tasso da Silveira, en Realengo, zona oeste de Rio de Janeiro, el jueves 7 de abril, triste episodio de la insensatez humana, que conmovió a todos, indistintamente. Jamás será borrado de nuestros recuerdos. Primero, por respeto a la memoria de los que se fueron; segundo, porque el recuerdo de la fatalidad nos invitará, siempre, a un significativo viaje a cierta región sagrada, inhóspita para algunos de nosotros: lo íntimo del ser. ¿Qué lugar es más santo que el corazón humano? Nunca estuvo tan maltratado el órgano que simboliza lo más admirable que podemos expresar como seres creados a imagen y semejanza de Dios, en Espíritu.
Hay quien piense que el corazón humano es un basurero. Solo que tanto ha sido arrojado sobre las poblaciones, que encuentro curioso cuando alguien se queda sorprendido si ellas devuelven esas inmundicias en forma de brutalidad y actos insanos.
¡Es urgente reeducar!
En la LBV cultivamos la Parte Divina, esto es, sublime, que existe en todos los individuos, esperando ser despertada para demostrar su eficacia en el Bien, parte luminosa que cada uno trae dentro de sí, a lo largo de creencias o escepticismos. La Misericordia, la Compasión, la Justicia — aliadas a la Fraternidad y a otros nobles sentimientos - son manifestaciones de ese componente superior de nuestro carácter. Y esa valorización debe ser desarrollada desde la tierna edad, a partir del seno familiar.
Muy a propósito, en un documento que envié a la ONU, en ocasión de la Conferencia del Estatus de la Mujer, en marzo de 2009, tema ya bastante comentado en esta columna, reafirmo que la estabilidad del mundo empieza en el corazón del niño. (...) El afecto que inspira a nuestra línea pedagógica (Pedagogía del Afecto y Pedagogía del Ciudadano Ecuménico), tomado en su sentido elevado, es, además de un sentimiento del Alma elevado, una estratégica política, igualmente comprendida en su índole más sublime, en consonancia con la Justicia Social, como una estrategia de supervivencia para el individuo, pueblos y naciones. Los Seres Humanos — por lo tanto, los ciudadanos, entre ellos los esperanzados jóvenes — son mucho más que un saco de carne, huesos, músculos, nervios, sangre. Aman y sufren. Sueñan, desean, construyen, se frustran y, a pesar de todo, persisten, siguen adelante... Merecen, además de leyes, respeto para que ellas jamás constituyan oscuros privilegios y puedan ser cumplidas en beneficio de todos (...).
La Cultura de Paz
Ahora más que nunca, se vuelve imprescindible la vivencia del Amor Solidario Divino, porque él es el único capaz de apartar de la Tierra las tinieblas del crimen, de la miseria y del dolor cuando es comprendido y desempeñado en todo su poder compasivo, justo y, por tanto, eficaz, no solamente por la Religión, sino también por la Política, por la Ciencia, por la Economía, por el Arte, por el Deporte, por las relaciones internacionales, por el trabajador más sencillo y por el más destacado hombre público.
Por esto, el Evangelio de Jesús — cuando se lee y experimenta en Espíritu y Verdad (no al pie de la letra que mata, como decía el Apóstol San Pablo), a la luz del Nuevo Mandamiento del Proveedor Celeste — presenta solución a los problemas que nos atormentan. Y de ahí la advertencia: un libro inspirado por Dios, que es Amor, si es entendido con el prisma del odio, acaba transformándose (y la Historia está ahí para no desmentirme) en estímulo para las desgracias.
Sin la proverbial inspiración de la Solidaridad enseñada por Cristo y por las lumbreras de las creencias y pensadores de élite, el progreso humano siempre estará por debajo de las expectativas de la comunidad.
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