La Viña y el Escepticismo
Nueva Jerusalén
“23 La ciudad no necesita ni del Sol ni de la Luna para que le den claridad, pues la Gloria Divina la iluminó; su lámpara es el Cristo de Dios”.
“24 Las naciones caminarán por su luz, y los reyes de la Tierra le traerán su gloria y su honra”.
(Apocalipsis, capítulo 21).
La Ciencia iluminada por el Amor eleva al Ser Humano a la conquista de la Verdad.
La Humanidad ha vivido bajo la dictadura de sus propias creaciones castradoras en los vastos campos en que progresa. El resultado no ha sido el mejor. Basta ver los escabrosos desniveles sociales mantenidos en un mundo “civilizado”. Clara propensión suicida. Un día la casa puede caer, como en la marcha de carnaval cantada por Emilinha Borba (1923-2005). Es urgente la necesidad de ampliar la visión del pensamiento creador humano, para que finalmente sea promotor de la gran liberación que falta por hacer. ¿En qué bases? En las del Espíritu, ya que no es considerado una mediocre proyección de la mente, sino la Sublime Luminosidad que da vida al cuerpo. He aquí la Gran Viña que el Creador ofrece a la criatura para liberarla del vértigo del escepticismo excesivo. Aunque una dosis de él sea bastante saludable, si apreciamos esta advertencia de James Laver (1899-1975), antiguo responsable de los departamentos de Grabado, Diseño y Pintura del Victoria and Albert Museum, de Londres, entre 1938 y 1959: “El escepticismo absoluto es tan injustificado como la credulidad absoluta”.
El Espíritu es la objetividad; la carne, la vestimenta que es necesario que sea bien cuidada, porque de ésta depende aquel para evolucionar.
El Amor es la llave de la Nueva Conciencia
Con razón, escribió el Profeta Isaías, 55:3 y 6: “Inclinad vuestros oídos, y venid a mí; oídme y vuestra Alma vivirá; porque con vosotros haré un alianza perpetua. (...) Buscad al Señor mientras se puede encontrar, invocadlo mientras está cerca”. Seguir el consejo del Profeta es más que aumentar el conocimiento; es bañarlo con la Divina Claridad del Amor, la llave que nos abre las amplias tierras de la Nueva Conciencia, que hace de la Solidaridad su perfecta estrategia. Y aquí surge el Nuevo Renacimiento, cuya Suprema Inspiración desciende a nosotros directamente de Dios.
No fue sin intención el famoso consejo de Buda (aprox. 556-486 a. C.), en el lecho de muerte, a su “discípulo amado”, como Juan Evangelista lo fue del Cristo: “¡Ahora, Ananda, encuentra tu luz!”
El individuo que no descubre la Luz para su propia luz se mantiene en la región de la sombra, al margen de la realidad, que es mucho más de lo que se considera como efectivamente concreto. Si él realmente emplea, como afirma el renombrado escritor, psicólogo y filósofo norteamericano William James (1842-1910), “solo una pequeña parte de sus recursos mentales y físicos”, lo que es posible pontificar como incontestable, si todavía no tiene el completo control de las funciones de su masa encefálica; de ahí resultan los accidentes de recorrido individuales y colectivos, con sus perturbaciones atávicas que provocan sectarismos y alimentan incluso los dogmas científicos paralizadores. De ahí también los obstáculos aún cultivados en la comunicación de la Humanidad del Cielo con la de la Tierra (de los Seres Espirituales con los terrenales), teniendo en cuenta el arduo vínculo de la persona con el propio Espíritu, que ella se obstina en menospreciar, como si no fueran partes complementarias.
Pasado y futuro son ilusiones. ¡Lo que existe es el Presente Eterno! De otra forma, el Tiempo nada más sería que la gran mentira del Hombre, en la definición de Immanuel Kant (1724-1804). El Espacio tridimensional (altura, ancho y profundidad) igualmente es engañador sin la ecuación, aunque relativa para el Ser Humano limitado, que demuestra la fórmula Tiempo permanente, dado que el Presente es Eterno. Las cuestiones de Espacio y Tiempo hasta hoy confunden al habitante terrestre; y no solamente a él, como a muchos que evolucionan en el campo espiritual que involucra a este orbe: el Cielo de la Tierra, que no es una abstracción. Para sorpresa de algunos, las providencias iniciales para deslindarlo se encuentran en el Apocalipsis de Jesús, 1:10, el Día del Señor*¹, esto es, la integración de la criatura en el Espacio-Tiempo de Dios:
“Me encontré en Espíritu, en el Día del Señor, y oí detrás de mí una gran voz, como de trompeta”.
No existen límites para el Universo Divino
Para que entendamos los ambientes más elevados, es necesario que aceptemos que funcionan empleando la Luz, que es “materia” elevada a la quinta esencia, fluida, en regiones situadas después de aquellas hasta donde alcanza nuestra actual comprensión de las cosas. Hay esferas más allá de las esferas, más allá de lo que los astrónomos ya vienen considerando como el hiperespacio. La “frontera” es mucho más distante, porque no hay límites para el Universo de Dios.
El Planeta se angustia bajo el impacto de melancólica carencia sentimental, porque ha preferido desarrollarse, valiéndose de los constringentes medios físicos, en vez de, simultáneamente, operar con el instrumental que le ofrece la Inspiración Celeste. Esta es una de las providencias básicas que se deben tomar para que el saber terreno pueda desvendar el fundamento del Espíritu que en él habita.
No debemos alejarnos de Dios
La civilización necesita de sus inconmensurables calidades investigativas, pero no debe alejarse de Dios. Evidentemente, no se trata aquí del caricaturesco ser antropomórfico, histórico impedimento para el abrazo fraternal urgente que, un día, unirá a las dos grandes hermanas: Ciencia y Religión.
Negando, a priori, la esencia de lo que busca, se hace difícil al campo científico el privilegio de beneficiarse con la confirmación de lo que, por instinto, busca. Es como el niño que, con un ataque de nervios, protesta diciendo que no le gusta un alimento que ni siquiera probó. ¡Considere la paciencia del Padre, el Celestial!
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*¹ El Día del Señor: Vea la explicación de Paiva Netto en el libro Somos todos Profetas, 44ª ed., p. 89, de la colección El Apocalipsis de Jesús para los Simples de Corazón.
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