No nos situamos en el reino de las nubes
La distorsión del pensamiento sobre el abarcador significado de la Caridad ha producido un gran perjuicio a la sociedad. En definitiva, es necesario que entendamos que, en el más amplio sentido, el Mandamiento Sublime de la supervivencia personal y colectiva es la Caridad. Ella no se limita al simple acto de dar el pan. Se expande por todos los estratos de la actuación creativa espiritual-humana, en los que espera la invitación del Alma para manifestarse en ella.
Philipp Melanchthon (1497-1560), el respetado teólogo y educador alemán, que lideró el luteranismo después de la muerte de Martín Lutero (1483-1546), se puso al lado de los que prefieren servir: “En las cosas necesarias, la unidad; en las dudosas, la libertad; y en todas, la caridad”.
Enseñaba el Apóstol San Pablo, en su Primera Carta a los Corintios, 13:13, que, de las tres virtudes teologales (Fe, Esperanza y Caridad), la mayor es la Caridad, que, como no nos cansamos de repetir, es sinónimo de Amor. ¡¿Duda?! Basta consultar un buen diccionario.
También están quienes creen que la Caridad es una acción de débiles, el escape de los que no desean la solución definitiva para los problemas sociales... Solo que las propuestas que se vienen presentando por tanto tiempo no resolvieron las aflicciones del mundo. Es que todo debe empezar por el ser humano con su Espíritu Eterno, la clave de la Caridad, que no es el refugio de soñadores o propuesta evasiva de personas acomodadas. Al contrario, tenerla como decisión de vida, de actividad promotora de transformaciones profundas en la sociedad, a partir del sentimiento de cada persona, exige determinación, carácter y coraje. Como demuestra el famoso orador de la Antigüedad, Demóstenes (384-322 a. C.), al afirmar: “No podéis tener un espíritu generoso y valiente, si tu conducta es mezquina y cobarde: pues cualesquiera que sean las acciones de un hombre, así será su espíritu”.
Indigentes de la Fe y de la Caridad
En estos tiempos de globalización, en que muchas fronteras caen, especialmente sobre las cabezas de las poblaciones más pobres, el pueblo busca un rumbo seguro para la existencia, regida por fuerzas opuestas. Aunque, no siempre el destino que se le ofrece es el mejor de todos. Y la historia se repite en la sumatoria de frustraciones que pueden desembocar en un movimiento incontrolable de masas. Las naciones también vomitan. Lo que ya está ocurriendo. ¡Y la Caridad de Dios será necesaria en los corazones! Y, en esos tiempos de penuria y delirio, muchos reconocerán su inestimable valor estratégico. Porque no habrá Sociedad Solidaria y, con el tiempo, posiblemente el propio planeta como lo conocemos, si no comprendemos la Caridad de Dios como un Plan Divino para que haya sobrevivientes a la avidez humana.
Por hablar de Dios, muy apropiado para el texto esta máxima de Mary Alcott Brandon: “Existe una fuerza que dirige el Universo. El nombre que le demos a ella es secundario”.
Pobre es quien ignora la perfecta Ley de Fraternidad y de Justicia, aquel que se olvida del Creador y de Sus criaturas. Palabras de Eliú, Libro de Job, 34:11 y 12: “Dios restituirá al hombre según su obra, y hace que a cada uno le toque según su camino. En verdad, Dios no procede maliciosamente; ni el Todopoderoso pervertirá el derecho”.
Por intermedio de la psicografía de Chico Xavier (1910-2002), el famoso médium espiritista de Uberaba, Brasil, Cornélio Pires (1884-1958), periodista, poeta y uno de los mayores divulgadores del folclore brasileño, dejó registrado, en el libro Conversa firme, esta sugestiva rima:
“Sociedades y grupos
Son destinados al Bien,
Dios no crea mal ninguno
Ni cautiverio a nadie”.
La Fraternidad es la Ley. La Ética, su disciplina. La Justicia, su aplicación. Nadie es más infeliz que el indigente de Fe y de Caridad. ¿Quién es verdaderamente rico? Aquel que ama. Como sabio y afortunado es el que de la misma forma se comporta, promoviendo el bienestar de la sociedad. Es el caso del filósofo, médico y musicólogo, intérprete de Bach (1685-1750), Albert Schweitzer (1875-1965), que por más de 50 años cuidó de los enfermos en Lambaréné, antigua África Ecuatorial Francesa. Decía él: “El ejemplo no es la cosa más importante que influye sobre otros. Es la única cosa”.
El conocido misionario, que también fue Premio Nobel de la Paz de 1952, era considerado por Albert Einstein (1879-1955) como “el mayor hombre vivo” de su época. Gandhi (1869-1948) ya había sido asesinado.
Por tener confianza en el ideal de la Buena Voluntad, persistiremos hasta alcanzar la concreción de la Economía de la Solidaridad Espiritual y Humana, basada en el Nuevo Mandamiento de Jesús, parte integrante de la Estrategia de la Supervivencia, conforme publiqué en 1986, en el periódico Folha de S.Paulo.
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