Daniel, la Fe y el poder de la Oración
De la edición revisada y ampliada de mi libro Ciudadanía del Espíritu, que la Editorial Elevação en breve lanzará, les adelanto un fragmento de la entrevista que concedí al escritor Alcione Giacomitti, para su libro Los Pilares de la Sabiduría de un Nuevo Mundo (2001):
Suelo decir que el milagro que Dios espera de los seres humanos (y espirituales) es que aprendan a amarse. Y la Oración es una herramienta poderosa para esa metamorfosis urgente, debido a que la oración es el alimento del Alma; y el Amor, la sustancia de la Justicia y de la Paz. Tanto es verdad que inspiró a Melanchthon (1497-1560), educador y teólogo luterano, esta preciosa manifestación: “Las tribulaciones y las perplejidades me llevan a la Oración; en compensación, la Oración me aparta de esas aflicciones”.
El Profeta Daniel, famoso por la interpretación que hizo del sueño de Nabucodonosor (Libro de Daniel, capítulo 2), por jamás dudar del Señor de los Universos, comprobó tal fuerza oriunda de la convicción suprema en el Padre Celestial. No vaciló inclusive cuando Darío, el Medo, firmó un edicto que condenaba al foso de los leones a los que, durante el período de un mes, adorasen a cualquier Dios u hombre que no fuese el propio rey. En este episodio, vemos que el soberano de Babilonia fue maliciosamente influenciado por sus astutos príncipes, quienes deseaban encontrar alguna infracción en la conducta impecable de aquel que sería promovido a administrador de todo el reino. Esto no impidió que Daniel reverenciara al Creador, orando de rodillas, como hábito, tres veces al día. Denunciado el profeta, por los que cavaban su ruina, Darío, con lamento y pesar, lo sentenció a muerte, aunque intentando, sin éxito, evitar tamaña injusticia. Entonces, agonizó en su palacio, pasando la noche en ayunas. Por la mañana, se dirigió de prisa al lugar del martirio, mostrando testimonio del hecho milagroso.
Sin siquiera un rasguño, Daniel alababa: “¡Oh rey, vive para siempre! Mi Dios envió a Su ángel, el cual cerró la boca de los leones, para que no me hiciesen daño, porque ante Él fui hallado inocente; y aun delante de ti, oh rey, yo no he hecho nada malo.
No es necesario describir cuán feliz fue Darío. Y la forma dura y cruel de aquel tiempo, parecido algunas veces a este, hizo que los acusadores del profeta, con sus familias, fuesen lanzados a las garras de los leones.
Después de esto, el rey promulgó un edicto al pueblo para adorar al Dios de Daniel, por ser el Dios vivo que permanece eternamente, cuyo reino no se puede destruir (Daniel, cap. 6).
San Pablo Apóstol escribió que “la Fe es la sustancia de las cosas deseadas, la convicción de hechos que no se ven” (Epístola a los Hebreos, 11:1).
Los comentarios no representan la opinión de este site y son de responsabilidad exclusiva de sus autores. No se permite la publicación de materiales inadecuados que violen la moral, las buenas costumbres y/o los derechos de terceros. Más información en Preguntas frecuentes.