La política más inteligente
Escribí en mi libro ¡Es Urgente Reeducar! (2010):
El Ecumenismo de la Fraternidad será la razón de ser de los seres humanos en el transcurso del tercer milenio. Es una cuestión de progreso (y de supervivencia), en el cual, de cierta forma, creyeron gran parte de generaciones y generaciones que nos antecedieron, aun contra el punto de vista de personas excesivamente escépticas. Si así no hubieran creído y no hubieran actuado, ¿dónde estaríamos hoy? ¡Tal vez en la Era de piedra!...
El Amor no es degradación de cuerpos ni de mentes, sino la Fuerza de Dios, de la Sabiduría Suprema en nosotros, o sea como piensen otros Hermanos sobre los temas elevados. Amar es un acto de valentía. Fue el ejemplo que nos ofreció Jesús. Se trata de la Política más inteligente que una persona puede concebir. Ella contempla también el correcto entendimiento del axioma de Confucio (551-479 a.C.): "Páguese la Bondad con la Bondad, y el mal con la Justicia". Es decir, es imperioso tener sentido común.
Conforme le resalté a mi viejo amigo periodista Paulo Parisi Rappoccio, en 1981, instruir con acierto es una buena Política, porque educar y espiritualizar redime a las personas, las naciones, la Naturaleza, al planeta. No podemos progresar destruyendo el mundo, nuestra residencia colectiva, por efecto de la ignorancia no solo intelectual, como también, y principalmente, moral y espiritual.
Se trata de la Política excelente, la providencia de educar, reeducar, instruir, espiritualizar en el camino de la Paz, resultante de la confraternización de las numerosas culturas que componen la civilización que en sí misma es una, planetaria. (Y no olvidemos nunca que nuestra existencia no es únicamente física, ya que empieza en el Cielo, o Mundo Espiritual, antes que seamos carne.) De lo contrario, lo que vendrá sobre la Tierra será el doloroso opuesto del Amor, como por ejemplo la destrucción de la naturaleza que provocamos por ahí. Pues, en verdad, ya que formamos parte del esquema planetario de conservación de la supervivencia, estamos entonces cuidando, con contumacia, de nuestro auto exterminio colectivo.
Tal vez, al describir "La Gran Tribulación" (Evangelio según San Mateo 24: 3 al 28; San Marcos, 13: 3 al 23; y San Lucas, 21: 7 al 24), Jesús esté narrando la consecuencia de ese esfuerzo humano colérico. Ante esto, es inequívocamente necesario espiritualizar a las personas dentro del Ecumenismo de los Corazones. Solamente así, y con elocuente perseverancia, los diferentes sectores de la sociedad lograrán vivir en armonía, tarde el tiempo que sea necesario hasta que eso suceda. Cabe aquí perfectamente este profundo pensamiento de Abraham Lincoln (1809-1865), que Alziro Zarur (1914-1979), tenía expuesto en su gabinete, en la antigua Radio Mundial, en la ciudad de Rio de Janeiro/Rio de Janeiro, Brasil, llamada en aquel tiempo, de 1956 a 1966, la Emisora de la Buena Voluntad: "El hombre que decide detenerse a esperar hasta que las cosas mejoren, verificará, posteriormente, que aquel que no se detuvo y colaboró, con el tiempo estará tan adelantado que jamás podrá ser alcanzado".
Suelo afirmar en mis conferencias que, si es difícil, empecemos ya, ¡ayer!, porque queda mucho por hacer.
Y cuando digo seres espiritualizados, quiero reiterar: revestidos del Amor Fraterno, que la Humanidad necesita para poder vivir, también políticamente, con urgencia. Como escribió José Bonifácio (1763-1838), el patriarca de la Independencia Brasileña: "La sana Política es hija de la Moral y de la Razón". Ahí está la verdadera Independencia, que aún debe ser conquistada.
Así es la acción religiosa y política del Ecumenismo de los Corazones, aquel que levanta al caído; que no se precipita ante las ilusiones de las contiendas filosóficas, cuando éstas ocurren solo por el placer de discutir asuntos, sin tener en cuenta al que padece a la orilla del camino. El que no se deja influenciar por las elubricaciones del intelecto cuando es arrogante, por lo contrario, lo ilumina incansablemente cada vez que es convocado a manifestar su cualidad excelsa. Desconoce el odio, es decir, no lo vive ni lo disemina. (...)
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