Nuevo Mandamiento de Jesús: el aire más puro que respiramos
Cuando tenía 18 años, anoté una reflexión que presenté en mis conferencias y charlas a lo largo de las décadas: el Amor no es una expresión torpe del deseo. Se encuentra mucho más allá de los conceptos erróneos terrenales, mientras habita en el ser humano, manteniéndolo moralmente vivo. Como factor inamovible del ser, es un generador de vida. Está en todas partes, es todo. Por lo tanto, aquellos que no aman no pueden considerarse civilizados, si desprecian la Ley de Solidaridad Espiritual, Humana y Social del mayor poder gobernante del planeta, Jesús, Quien dijo: “Ámense como Yo los he amado. Solamente así podrán ser reconocidos como mis discípulos” (Evangelio, según San Juan, 13:34 y 35).
Por lo tanto, la sede del Amor está en el terreno del Espíritu, y no entre las piernas de la mujer y del hombre.
El ser humano —mucho más que sexo, estómago e intelecto— no es el fin. Simboliza en la Tierra el principio de las cosas. El fin es el Espíritu Eterno, que, a su vez, más allá de los límites de este planeta, es el punto de partida de una evolución que nunca cesa. El Amor no es ni viejo ni nuevo. Es eterno, porque es Dios.
Y así como la sangre, que circula por el cuerpo, oxigena y alimenta a las células humanas, el Amor, viajando por los puntos más ocultos de nuestro Espíritu, lo fecundiza y lo vuelve lleno de vida.
De esta manera, terminé la página escrita en 1959, que me inspira a concluir que el aire más puro que respiramos es el Amor del Nuevo Mandamiento de Jesús. Aún más: el alimento que comemos (cuando se hace con afecto y lejos de tóxicos) es el Excelso Amor. Pero si no podemos comer productos libres de toxinas, ese mismo Amor purifica nuestra comida.
Los comentarios no representan la opinión de este site y son de responsabilidad exclusiva de sus autores. No se permite la publicación de materiales inadecuados que violen la moral, las buenas costumbres y/o los derechos de terceros. Más información en Preguntas frecuentes.