La urgencia de vivir el Amaos
En la Buena Nueva de Jesús, aprendemos con el Preceptor Celestial que es imprescindible “amarnos los unos a los otros como Él nos ha amado” (Evangelio, según San Juan, 13:34). Y más: pasamos a definir cualquier situación, de modo que la necesidad de la enseñanza del Señor en cuanto a la “Esencia de Dios para la Vida” —que es el Mandamiento Nuevo, en la definición del inolvidable fundador de la Legión de la Buena Voluntad, Alziro Zarur (1914-1979)— sea efectiva. Queda patente ese anhelo que tenemos de ser felices, razón por la que nos debemos esforzar con decisión, para que haya una Sociedad Solidaria Altruista Ecuménica. Para que el Respeto, la Fraternidad, la Solidaridad, la Compasión, la Generosidad puedan hacer que realmente se fortalezcan la Verdad y la Justicia. (...)
El antídoto del odio
El Amor, aliado a la Justicia, es esencial. Porque, el otro lado de la moneda es esto de lo que todos están queriendo librarse: el odio, que promueve la violencia que atrae más violencia, el desencuentro de sentimientos. Así, “la equis del problema” no reside necesariamente en los regímenes políticos y sociales, sino en la índole del ser humano, que los constituye, impone y vive. Suelo afirmar: no hay régimen bueno mientras que el hombre sea malo (disculpen la cacofonía).
¿Cómo es que un ser, en la carne o en lo etéreo, que todavía no ha demostrado debidamente condiciones seguras para disfrutar de un clima de civilidad, es capaz de establecer un modo de vida solidario? ¿Cómo, si en lo más profundo de su ser reincide en no querer oír estos básicos asuntos? Sin ellos, no puede existir ningún lugar sin que la ferocidad de la guerra (el Caballo Rojo del Apocalipsis, 6:4) permanezca como el juez perverso en todas las decisiones. Si su Alma no fuera inspirada por la emoción pura de Amor y de Justicia (de ninguna manera confundan Justicia con venganza), él va a falsear, burlar, engañar.
Amenaza al status quo
Entonces, la urgencia de que vivamos el “Amaos como Yo os he amado”, de Jesús, es el resultado de Su ejemplo personal: dio Su propia vida, se sometió a la crucifixión, prueba de que llevaba un mensaje nuevo que puso en peligro los intereses nocivos de cierta parte de la Humanidad. Por lo tanto, el Misionero Celestial se había transformado en una amenaza al status quo vigente e, ipso facto, fue clavado en la cruz del sacrificio. Por consiguiente, el Cristo dio la mayor demostración de Amor. Como consecuencia, Su mensaje de Hermandad sin fronteras se extendió por el planeta, aunque, a veces, haya sido casi negado, como ejemplo lo que se vio en el Siglo de las Guerras Religiosas: el XVI, y en las incalificables Cruzadas. Por esto, reitero, Jesús es una conquista diaria, un descubrimiento permanente para los que tienen sed de Saber, de Fraternidad, de Libertad, de Igualdad y de Paz. (...) Y no me refiero al Cordero cuando es aprisionado por restrictas concepciones terrenales, sean filosóficas, religiosas, políticas, científicas. Él es un Libertador, jamás un prisionero. Muy por encima de todo. Su identidad con Dios es tan grande que se convirtió —para la sobrevivencia de la especie humana— en el Revelador de la principal causa de la inopia del Alma que aún sufrimos, teniendo en cuenta la falta de amarnos los unos a los otros de la misma forma que Él nos amó y ama. Ahí está la decisión para la buena trayectoria civilizadora que el Sublime Educador nos señala en el versículo 35 del capítulo 13 del Evangelio, según San Juan: “Solamente así: si os amaréis los unos a los otros como Yo os he amado, podréis ser reconocidos como mis discípulos”. He aquí la Política de Dios, la Política para el Espíritu del ser humano.
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