La Navidad Permanente y la renovación planetaria
El 10 de diciembre de 2001 me encontraba en la ciudad de Buenos Aires, Argentina. En esa fecha se conmemora, desde 1948, el reconocimiento de la Declaración Universal de los Derechos Humanos, por la Asamblea General de la Organización de las Naciones Unidas (ONU). Siendo de madrugada, en aquella ocasión escribí un documento a los Legionarios de la Buena Voluntad, que me gustaría compartir con ustedes:
Vivimos el mes de la Navidad de Jesús, el Cristo Ecuménico, el Divino Estadista. Aunque, en nuestra concepción, la Navidad debe ser permanente.
El Templo de la Buena Voluntad, la Pirámide de los Espíritus Luminosos, las Almas Benditas, es el dulce hogar de la Familia Humana y Espiritual, ya que por la fuerza de la Caridad de Dios, une a los seres de todas las creencias y a quienes no creen, bajo el palio de la Solidaridad Navideña.
En el mundo, algunos hablan de Solidarizar, pero sus actos desmienten sus palabras. Pero, Jesús, el Divino Amigo de todos, ejerció Su Labor Celestial, incluso en los momentos de la Cruz, cuando fue torturado entre dos ladrones, a quienes dirigió un mensaje de Solidaridad, Regeneración y Esperanza. Él iluminó la convivencia social con sus prédicas y sus ejemplos que, hasta los días actuales, todavía deben ser integralmente comprendidos por muchos que piensan gobernar el planeta. Valiéndose del más profundo sentido de la Religión, Jesús ha realizado el Divino Servicio de equilibrar mentes y corazones. Trasmitió Su Apostolado redentor, animando a los amigos para que entendieran el alto significado del Reino del Padre. Habló a todos los que Lo quisieron oír, para concretar la sublime siembra, que germina en los corazones cuando el suelo está apto para la fertilización promovida por la humildad, que en grado elevado Él ejemplificó.
Renovar el destino
Siempre que fue necesario, el Cristo demostró que, por encima de todo, la humildad es valiente. No se ha descubierto en Su Vida ni siquiera un acto de cobardía en la Misión que recibió del Creador. Su modelo es el del coraje. Por esto, resucitó para continuar enseñando y auxiliando solidariamente.
Sus acciones fueron coronadas por la persistencia. Su Fe que Realiza provocó la renovación del mundo, teniendo como fundamento la Fraternidad entre Sus discípulos. Predicó la unión por el Amor Fraterno de Su Nuevo Mandamiento (Evangelio, según San Juan, 13:34 y 35; 15:7, 8, 10 al 17 y 9). Su Paciencia y Trabajo permanentes han despertado Almas a lo largo de los siglos, aunque Su esfuerzo Le haya costado lágrimas de sangre.
Su Presencia nos fortalece. Su Generosidad nos mantiene vivos. Su Misericordia es lo que nos sustenta. A Él, el Libertador Celestial, debemos la decisión irrevocable de perseverar siempre en el buen camino, incluso durante las más terribles tormentas. Él está en el barco. Más aún: al timón, dando “a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios” (Buena Nueva, según San Mateo, 22:21).
Solo nos pide permanecer en la Fe que Realiza y que Diviniza, que mueve montañas. Y lo confirma al prometer que “estará con nosotros todos los días, hasta el fin del mundo” (Evangelio, según San Mateo, 28:20). Con esto, sin detenerse, nos impulsa vida nueva en el Espíritu. Realmente, todos los días son días de renovar nuestro destino.
Caminemos con Él, unidos, solidarios. Luchemos a Su lado. Así, superados todos los artificios del mal, la victoria será nuestra. Quien confía en Jesús no pierde su tiempo, porque Él es el Gran Amigo que no abandona a un amigo en medio del camino.
¡Qué la Paz de Dios esté ahora y siempre en sus corazones, héroes de la Buena Voluntad Divina! ¡Con Jesús, venceremos siempre, siempre y siempre!
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