El Mensaje de la Cruz
Pascua, conmovedora demostración de que los muertos no mueren. A pesar de ser crucificado, en Su Resurrección, Jesús, el Cristo Ecuménico, proclamó a los cuatro rincones del mundo que la Vida es eterna. Y ese indeleble Mensaje de la Cruz nos hace buscar siempre renovadas fuerzas en la Oración.
Cierta vez, en una de mis oraciones a Dios, con la esperanza filial de merecer Su piadosa atención, recordé el gran esfuerzo emprendido por Alziro Zarur (1914-1979) por la victoria de la Buena Voluntad; del buen sentido de Melanchton (1497-1560) y del notable pontificado de Juan XXIII (1881-1963). Al elevar mi Alma al Padre Celestial, sentí Su compasiva influencia vibrando en mi Espíritu. Y no hay ninguna jactancia en esta afirmación, porque Jesús enseña que "el Reino de Dios está dentro nuestro”.
La Oración
Oh, Dios, que eres mi refugio, otra vez, elevo mi pensamiento a Ti y encuentro respuesta a mis propósitos.
Lejos de mí el desánimo que anuncia un Juicio Final sin remisión, cuando eres Tú - en todo — el Principio Eterno de la permanencia pujante de la vida. De Ti no escucho el abismo; sino, la redención.
Creo en el Amor Universal, que conduce a la sobrevivencia del género humano, que es obstinado en subsistir, a pesar de las muchas dificultades que surgen en el camino.
Esta es mi Fe Realizante, que vive en Paz con las otras; mi ideal ecuménico de Buena Voluntad, que se esfuerza por la confraternización de todas las naciones, por ser formadas por Tus criaturas, ¡el Creador Único de los Cielos y la Tierra! Eres la Fraternidad Suprema, el abrigo de los corazones. (...) Me encontré a mí porque me identifiqué en Tu Amor. Eres la ayuda decisiva a mi Alma.
Siento que mi ser desborda de alegría. En Tu Espíritu me reconozco como hermano de mis hermanos en Humanidad. En este Edén, que es Tu Sublime Afecto, no me veo como expatriado, abatido por las tormentas del desaliento. En fin, me encontré, ¡oh Dios!, porque Te encontré.
(...) En Tu Divino Seno, encontré guarida; bajo Tu Amor, mi seguro techo; en Tu Regazo, descanso para el Alma.
¡Te doy gracias, Padre Magnánimo, por oírme!
Eres integralmente Amor; por lo tanto, Caridad, Madre y Padre de la verdadera Justicia.
En Ti habita, en abundancia, la genialidad que tantos anhelan, pues el Planeta carece de ella: a Tu Majestosa Luz, que baja a nosotros indistintamente, aunque no lo percibamos.
¡Confiando en Tu Criterio Sobrenatural, Te entrego mi destino, porque mi seguridad de hijo consiste en Tu Sabiduría de Padre!
¡Que así sea!
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