Aplacar la tempestad
Ante las más variadas situaciones en que el dolor y el sufrimiento llegan, muchas veces sin avisar, es imprescindible el gesto solidario de las personas que prestan ayuda espiritual y material al prójimo. Y, junto a ese apoyo inmediato, es necesario alimentar la fuerza de la esperanza y de la Fe que Realiza, que llevan al ser humano a mantenerse bajo la protección del Padre Celestial y lo incitan a remangarse y concretar sus más justas súplicas.
En los desafíos de la existencia, recordemos siempre la palabra de fortalecimiento y ánimo renovados de Jesús, el Cristo Ecuménico, el Divino Estadista, constante en Su Evangelio, según San Mateo, 8:23 al 27; San Marcos, 4:35 al 41; y San Lucas, 8:22 al 25. A continuación, el texto de la Buena Nueva unificado por Wantuil de Freitas:
“Sucedió que, en uno de aquellos días, Jesús tomó una barca, seguido por Sus discípulos; y se levantó en el mar una gran tempestad de vientos, las olas cubrían la barca, mientras Jesús dormía en la popa, sobre un cabezal. Los discípulos Lo despertaron, gritando: ‘¡Sálvanos Señor, vamos a morir!’. Y Jesús les respondió: ‘¿Por qué teméis, hombres de pequeña fe?’. Entonces, levantándose, reprendió a los vientos y al mar; y se hizo gran bonanza. Aterrados y llenos de admiración, los discípulos decían unos a los otros: ‘En fin, ¿quién es Este, que hasta el viento y el mar Le obedecen?’”.
Enfrentar y vencer las tormentas
¿Qué ha sido la vida humana, para muchos, sino el atravesar tormentas, que debemos vencer, sin huir de ellas? Veamos el ejemplo en la propia náutica. Cuando hay una tempestad con oleadas, el comandante dirige la proa del navío hacia las olas, sí, él, sorprendido por la tormenta, no puede huir de ella. No gira al otro lado, no pasa las oleadas a los costados, si no el barco corre el grave riesgo de inclinarse e incluso sumergirse. Así debemos ser cada uno de nosotros. Enfrentar las tormentas diarias con el potente navío que el Excelso Navegador nos ofrece, que es nuestro cuerpo, conducido por el Espíritu, aun cuando esté enfermo. Encarar la tempestad y vencerla, derrumbadas las ilusiones de la vida. Porque ahí es posible soñar con un mundo mejor. Ilusionarnos es lo que no podemos. Y, cuando el temporal sea más fuerte, al punto de pensar que naufragaremos —o, lo que es peor, creer que el Comandante Celestial está distraído, descansando—, tengamos la certeza de que el Divino Timonel no duerme. Jesús siempre se encuentra alerta, listo para orientar a Su tripulación, indicándole nuevos viajes por el planeta entero, esperando que muestre su capacidad y perseverancia.
“¿Por qué teméis, hombres de pequeña fe?”
Asimilemos cuanto antes esa amonestación justa de nuestro Maestro, porque, de cualquier forma, en el momento cierto, Él se levantará, reprenderá a los vientos y al mar, y se hará la Paz en los corazones.
Todo en este mundo puede quedar fuera del control de los hombres, pero nada escapa a la autoridad de Dios. Por lo tanto, cuanto más cerca de Él, más lejos de los problemas.
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