Los Muertos no mueren
La muerte es un rumor, en consecuencia los muertos no mueren, incluidos los hermanos ateos materialistas. Disminuir la importancia de este hecho, que alcanza de forma inexorable a los seres humanos, sería negar la realidad. Usted no está obligado a creer en la sobrevivencia de los Espíritus, ni que puedan dirigirse a las criaturas terrestres, con el Permiso Divino. Sin embargo, su incredulidad no significa que ellos no existan o estén condenados al mutismo.
Dije Jesús, en Su Evangelio, según San Marcos, 12:27: “Dios es Dios de vivos, no de muertos. Por no creer en ello, os equivocáis mucho”.
Esta afirmación —los muertos no mueren—, que involucra a toda la Humanidad, la hice colocar en los umbrales de la entrada de la Sala Egipcia del Templo de la Buena Voluntad (TBV), el monumento más visitado de la capital de Brasil, de acuerdo con la Secretaría de Estado de Turismo del Distrito Federal (SETUR-DF).
Conservemos un recuerdo claro de los que partieron, como lo aconseja Ralph Chaplin (1887-1961): “No lamente a los muertos... Lamente a la multitud, la multitud apática, los cobardes y sumisos, que ven la gran angustia y las iniquidades del mundo sin atreverse a hablar”.
Los muertos, hoy, somos nosotros mañana. Condenándolos a la “desaparición”, por nuestra incredulidad o miedo de enfrentar la Verdad, podremos “decretar” el mismo destino para todas las personas, atrasando su evolución, hasta que, con un mayor esfuerzo, se descubra que el gran equívoco de la Humanidad sea creer todavía que la muerte es el fin de todo.
Razón por la que les traigo, de Alziro Zarur (1914-1979), el ilustrativo y confortante Poema del Inmortal:
“Dos de noviembre es un día, en verdad,/ rico en lecciones para quien sabe ver:/ La más grande ilusión es la realidad,/ ya enseñaba el excelente Paul Gibier.
“Los vivos (seudovivos) llevan flores/ y lágrimas a los muertos (seudomuertos);/ “y los muertos se conmueven ante los dolores/ de los vivos que siguen caminos sinuosos.
“Legítimos difuntos, en la ignorancia/ de esos espirituales, importantes asuntos/ parece que aún están en plena infancia,/ y van a homenajear a falsos difuntos.
“No es necesario ser muy sagaz/ para entender que la vida tiene sus puertos:/ Un día, El Cristo dijo a un buen muchacho/ ‘Que los muertos entierren a sus muertos’.
“Amigos, por favor, no supongáis/ que la muerte sea el fin de nuestra vida;/ la vida continúa, no subyugada/ a los círculos de los caminos celestiales.
“Los muertos no están ahí, cautivos/ en las tumbas que tenéis ante vosotros:/ Los fallecidos, ahora, son los vivos;/ fallecidos, más o menos, somos nosotros”.
La muerte no interrumpe la Vida. En la Tierra o en el Cielo de la Tierra, persistimos en abrir el camino de la existencia eterna.
Pero una aclaración se hace necesaria: esa conciencia de Eternidad jamás puede ser vista como justificación al suicidio, que es una ofensa al Creador y a la propia criatura.
A los que no creen: concédanse el científicamente consagrado derecho a la duda. Y si la vida no acaba con la muerte, ¿qué pasa?
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