Finados y Vida Eterna
En varios países, el 2 de noviembre es conocido como el día de los muertos. Sin embargo, en la Religión de Dios, del Cristo y del Espíritu Santo, lo proclamamos como el Día de los Vivos, porque ¡los muertos no mueren!
Cuando mis queridos y amados padres, Idalina Cecília de Paiva (1913-1994) y Bruno Simões de Paiva (1911-2000), y mi adorada hermana, Lícia Margarida de Paiva (1942-2010), fallecieron, mi corazón lo padeció mucho. Sin embargo, comencé a realizar un conmovido diálogo con el Creador, amenizando la nostalgia y trasmitiéndoles mensajes de paz y gratitud. Enseguida sentí que siguen vivos, porque ¡los muertos no mueren! Suelo afirmar: cuando se ora, el Alma respira, fertilizando la existencia espiritual y humana. Hacer una oración resulta esencial para despejar el horizonte del corazón. Alziro Zarur (1914-1979), proclamador de la Religión del Tercer Milenio, enseñaba que “Dios no nos creó para matarnos” y que “No hay muerte en ningún punto del universo”, reiteramos. Por lo tanto, mi solidaridad a los que sufren la aparente ausencia de sus seres queridos. Pero pueden estar seguros de que realmente ¡los muertos no mueren! Algún día, todos nos reencontraremos.
“La muerte no existe
“y el dolor es una ilusión de nuestro sentimiento”.
Estas alentadoras palabras son las que nos dejó el poeta portugués Teixeira de Pascoaes (1877-1952), que coincidentemente nació en un “Día de los Muertos”. ¡Que Dios lo tenga en un buen lugar!
Día de los Muertos
La oportunidad me hizo recordar el pronunciamiento del papa Juan Pablo II (1920-2005), el 2 de noviembre de 1983, al dirigirse a los fieles reunidos en el Vaticano. En él, Su Santidad enfatiza que no hay que interrumpir el diálogo con los muertos: “Estamos invitados a reanudar con los muertos, en lo íntimo del corazón, el diálogo que la muerte no debe interrumpir. (...) Por la palabra reveladora de Cristo, el Redentor, nosotros estamos seguros de la inmortalidad del alma. En realidad, la vida no se cierra en el horizonte de este mundo (…)”. (Los destaques son míos).
De ahí viene la importancia de reflexionar sobre este hecho inexorable: existir es una jornada infinita, a veces aquí, en la Tierra, otras allá, en el Espacio. Es comprensible que extrañemos a los que partieron, pero no nos debemos exceder en lágrimas, porque nuestro aceptable dolor los puede perjudicar, en el Plano Espiritual, a adaptarse a la nueva coyuntura.
Lecciones del fenómeno inamovible
Vendrá un día en que algunos pensadores ya no prescindirán del confortante hecho de la Vida Eterna. Deberían, sobre todo, elucubrar sobre la muerte y no buscar explicaciones únicamente materiales para un fenómeno inamovible que involucra el Espíritu. ¡Cuando despierten en el Otro Mundo, la sorpresa para muchos será enorme!
Están los que sonríen frente a estas modestas conclusiones. Sin embargo, indispensables cultores del intelecto no se pueden designar a sí mismos, digamos para argumentar, como partidarios de convicciones inamovibles. Tal postura no se complace con la buena índole de su labor. De otra forma, su juicio dejaría de ser ciencia, visto que la incesante investigación, liberada del convencionalismo cercenador, provoca justamente el crecimiento de la cultura.
Hace décadas, el siempre inolvidable Zarur concluyó que “Dios creó al ser humano de tal forma que él solo puede ser feliz practicando el Bien”. Por este motivo, es necesaria la constancia del Amor Solidario y del respeto a la correcta Justicia (que no se confunde con venganza), desde el corazón de la persona de pensamiento más refinado hasta el del ser más simple, a fin de arruinar con la mentalidad esterilizadora del odio. Él vive para castrar el avance no delictivo de la civilización que, en la actualidad, lanzada a la condición excesivamente carnal, sucumbe en la irrealidad desesperada.
Espiritualización Ecuménica
Ratifico que la muerte no interrumpe la vida; por lo tanto, el aprendizaje no tiene fin. En la Tierra o en el Cielo de la Tierra, proseguimos recorriendo el camino de la Eternidad.
En mi libro Las Profecías sin Misterio (1998), en el capítulo “Progreso sin destrucción”, pondero —como todos los que quieren el bien de su población— que ningún país progresa sin buenas escuelas, puesto que, entre otros beneficios, ellas resaltan la creatividad del estudiante, promoviendo su adecuada capacitación. Y, en el tercer milenio, la Espiritualización Ecuménica de las masas se convertirá en un factor ineludible. Desciende de las Alturas el certificado de defunción de la era macabra de la intolerancia religiosa o académica, tantas veces sembrada en el altar o en la mesa de trabajo.
¡Que la Paz de Dios esté ahora y siempre con todos! Y vamos adelante, trabajando, realizando y actuando con decisión, coraje, solidaridad, generosidad, porque ¡Dios está presente para vivos, “muertos”, creyentes y ateos!
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