Año Nuevo y la acción humana
Con la proximidad de un nuevo año, se repite la saludable costumbre de los votos de esperanza por tiempos más felices. En la charla que proferí el 20 de diciembre de 2008, transmitida por la Boa Vontade TV, por la Super RBV de radio e Internet (www.boavontade.com), intenté analizar este anhelo de renovación, fundamentando mis palabras en los versículos iniciales del capítulo 21 del Apocalipsis de Jesús, según San Juan, y en los finales del capítulo 22.
Procuré demostrar con el mensaje que el Libro de las Profecías Finales apenas relata las consecuencias de los hechos humanos. En nuestro interior, escribimos las páginas de nuestro destino. Luego, cuanto más espiritualizado el pueblo, educado e instruido, mejor el rumbo de las naciones. Como siempre resalto: ¡El Año Nuevo! ¿Un Año bueno? ¡Depende de nosotros!
21:1 –“Y vi un cielo nuevo y una tierra nueva, porque el primer cielo y la primera tierra pasaron, y el mar ya no existe”.
La profecía de Jesús, el Cristo Ecuménico, el Divino Estadista, anuncia una profunda transformación golpeando las puertas. Y si es “un cielo nuevo y una tierra nueva”, ¡se vislumbra la Humanidad renovada! Sin embargo, ante aquello que el Amor no logra concretar, el Maestro Dolor comparece y presenta la lección.
21:2 –“Y yo Juan vi la santa ciudad, la nueva Jerusalén, que descendía del cielo, de Dios, dispuesta como una esposa ataviada para su esposo”.
Jerusalén es un gran símbolo religioso, político y social en el mundo, principalmente para los judíos, cristianos e islámicos, de varias etnias. Todos somos hijos de un mismo Padre, y así debemos vernos, para, aliados, ayudar en la prevención de muchos asuntos que pueden ser diplomáticamente alejados o resueltos, incluso con antelación.
La Esperanza no muere nunca
Noten que San Juan Evangelista narra sobre Jerusalén descendiendo del Cielo. ¿Por qué ese y no otro burgo? Vamos por partes: Él era judío. La idea que tenía de ciudad grande, para su corazón de creyente, era Jerusalén. También conocía Roma. Sin embargo, difícilmente diría: “Desciende del cielo la nueva Roma”. Esta era metrópoli culta, cosmopolita, pero altamente bélica. Cartago que lo diga. Jerusalén tenía algunas de esas características. No obstante, su pueblo creía en un Dios único, así como el Evangelista-Profeta.
Jerusalén es un encanto místico. Conmueve el corazón de la gente. Pero ha sido por los milenios pretexto para tristes acontecimientos. Sin embargo, la Esperanza no muere nunca, razonamiento que concebí hace muchas décadas, cuando vi en la televisión a un joven que se lamentaba por haber perdido la fe en el futuro. Algunos, hasta disgustados, contestan: “Yo no creo en eso de la Esperanza”. Entonces, ¿qué proponen? ¿El desánimo? ¿El desprecio del ser humano por sí mismo y por sus pares? ¡Tiene que haber Esperanza! Y, por sobre todo, voluntad de realizar. De lo contrario, ¿qué les queda? ¿Acostarse y morir? El Alma carece de buen estímulo. (...) ¿Cómo decir a los jóvenes que no alimenten la Esperanza? ¿Si el idealismo no sobrevive, que les quedará? Un campo abierto para desistir. Todos perciben que en un mundo globalizado el mal que sucede en algún lugar (cualquier lugar) podrá alcanzarnos. Vean la cuestión de la economía, de la que pocos sospechaban. ¿Increíble, no es cierto? (...) Además, es necesario hacer algo más allá de la presente etapa del conocimiento terrestre: conectarnos al gobierno ideal que comienza en el Cielo. Se trata de un tema que un día la cautelosa Ciencia abordará sin prejuicios. La intuición es la inteligencia de Dios en nosotros. Y muchas veces, lo que la razón tarda en captar, la intuición alcanza con mayor rapidez.
Que en el nuevo año busquemos en la Espiritualidad Superior la brújula de nuestra existencia. Y que haya Esperanza, sí, y trabajo, de modo que podamos crear las condiciones para que los jóvenes disfruten de un mundo más digno, sin nunca olvidar de los ancianos, porque con el avance de la medicina, ciertamente la mayoría llegará a la tercera edad.
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