La Sublime Existencia entre nosotros
En el capítulo 17 del Evangelio narrado por San Juan, Jesús nos dejó una de las más bellas y emocionantes páginas de Su Sublime Existencia – la Oración al Padre Celestial, en la que muestra toda la fuerza de Su Amor por aquellos que Le fueron entregados por Dios para cuidarlos. Y como dedicado Pastor del rebaño humano, enseñó Su Mandamiento Nuevo – “Amaos como Yo os he amado. Solamente así podréis ser reconocidos como mis discípulos”. Aseguró que “nadie tiene mayor Amor que aquel que da su propia Vida por sus amigos” (Evangelio según San Juan, 13:34 y 35; 15:13). Y el Cordero de Dios Se inmoló por el mundo, incluso a favor de los que se consideraban Sus adversarios y Lo llevaron a la crucifixión. De hecho, no hay mayor altruismo que ese – ofrecerse en sacrificio por la Humanidad ajena a su supervivencia colectiva. No obstante, sucede que al tercer día el Cristo Ecuménico resucitó, estuvo cuarenta días con los discípulos y les anunció Su glorioso retorno a la Tierra – no para ser crucificado – lo que es tan presente en Su Misión, que los Ángeles lo confirman en el momento de Su vuelta al Plano Espiritual: “Y dichas estas palabras, mientras ellos lo estaban mirando, fue Jesús elevado a las alturas y una nube lo envolvió y no lo volvieron a ver. Y estando todos con la vista fija en el Cielo, mientras Él subía, dos Ángeles vestidos de blanco se aparecieron al lado de ellos, y les preguntaron: Galileos, ¿por qué estáis mirando a lo Alto? Este Jesús, que ante vosotros fue llevado a los Cielos, así volverá como Lo visteis subir” (Hechos de los Apóstoles, 1:9 a 11).
Mayor énfasis en la Resurrección
El 1º de abril de 1983, Viernes Santo, en la Casa D’Itália, Salvador/Bahia, al presentar el libro Jesús, declaré: En Su victoria sobre la muerte está el resorte impulsor del Cristianismo, la seguridad del triunfo, sobre sí mismos, de Sus discípulos. El gran Mensaje de la Semana Santa en la actualidad, cuando los pueblos insisten en invocar la muerte, haciendo de ella su diosa, es que el Divino Jefe nunca estuvo realmente muerto. El Espíritu no se extingue. Razón por la que somos inmortales. Fuimos creados a imagen y semejanza del Altísimo. Y “Dios es Espíritu”, conforme reveló el Educador Celeste a la samaritana en el pozo de Jacob (Evangelio según San Juan, 4:24). Jesús Espíritu resurgió a los ojos humanos. Con ese acto extraordinario, creó en el alma de Sus seguidores el coraje capaz de enfrentar todos los odios y persecuciones mundanas, sin que fueran también portadores de ese comportamiento malsano. Por esto siempre destaco que la valentía es aceptar una incumbencia, por más difícil que parezca, y llevarla, con todo brío, hasta su término. Sin desanimar, con los ojos fijos en el Cristo de Dios. Como exaltaba Alziro Zarur (1914-1979): “Si Jesús no hubiera resucitado, no existiría el Cristianismo”.
Jesús venció la muerte
Cuenta el Evangelio según San Lucas, 9:60, que en cierta ocasión a un joven que deseaba seguirLo, pero antes pretendía sepultar al padre que había muerto, el Excelso Pedagogo, con la intención de probarlo, le aconsejó: “Deja que los muertos entierren a sus muertos. Tú ve, y anuncia el Reino de los Cielos”. Y en las anotaciones de San Marcos, 12:27: “Dios no es Dios de los muertos, sino de los vivos”, esto es, de seres eternos. Y completó: “Por no creer en esto, erráis mucho”.
El inolvidable recado de Su Pasión, principalmente para esta época de Tiempos próximos, es la victoria sobre la muerte.
En la Primera Carta a los Corintios, 15:55, encontramos esta contundente pregunta del Apóstol Pablo: “Muerte, ¿dónde está tu victoria? ¿Dónde, tu aguijón?”.
En verdad, los muertos no mueren. Para los que tienen ojos para ver y oídos para oír, la muerte es una mentira.
Al vencerla, Jesús pudo demostrar lo que dijera en la Buena Nueva de los relatos de San Juan, 16:33: “Yo he vencido al mundo”. Y el Maestro quiere que como Él, igualmente lo hagamos. Cuando las naciones conozcan mejor la realidad de la vida espiritual, eterna, reformularán todo en las relaciones sociales, incluso en el ámbito planetario. Por ahora, la sociedad permanece fundamentada casi únicamente en la materia, que es un manto para ocultar el verdadero sentido de la existencia del Ser Humano. De ahí los equívocos, a veces trágicos, no solo en la religión, sino en la política, en el arte, en los deportes, en la ciencia, en la filosofía, y de ahí en adelante. Es comparable a la leyenda egipcia de los peces que, viviendo en el fondo de un laguito, no daban crédito a las noticias de la presencia de ríos, mares y océanos inmensamente superiores a su limitado hábitat, prefiriendo, temerosos, vagar por la oscuridad de la mediocridad.
Es el caso de las criaturas terrenales no precavidas, amenazándose a sí mismas con los peligros no narrables de una destrucción indescriptible, pues el pequeño lago se secó y todos sucumbieron quemados por el sol. Sin embargo, como afirmaba Teócrito (320-250 a.C), “mientras hay Vida, hay esperanza”. Y la Vida es eterna.
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