Desierto, sequía, contaminación...
El 17 de junio es el Día Mundial de Lucha contra la Desertificación y la Sequía. Por lo tanto, cabe destacar algunos datos recientes, que son alarmantes. Uno de ellos de la OMS, conforme nos informa el site de la ONU-Brasil: “La Organización Mundial de la Salud (OMS) destacó la necesidad de reducir las emisiones de contaminantes como el carbono negro, el ozono, el metano y el dióxido de carbono, que no solo contribuyen a los cambios climáticos, sino también provocan más de 7 millones de muertes por año asociadas a la contaminación del aire”. Y, tal como publicó el Deutsche Welle, una investigación del Pacto de Restauración del Bosque Atlántico dijo que los reservatorios de agua en Brasil, considerados críticos por la Agencia Nacional de Aguas (ANA), perdieron como promedio el 80% de su cobertura forestal.
Ahora bien, los dañinos impactos de ese verdadero “arboricidio” están ahí. En el aire, el suelo y el agua diariamente escasean la calidad, la fertilidad y la abundancia.
Cuidado, estamos respirando la muerte
El 1o de julio de 2000, la revista brasileña Manchete publicó un artículo mío que parece que fue escrito hoy:
Actualmente, en vastas regiones de la Tierra, el simple acto de respirar lleva a la disminución de la vida. Sufrimientos de origen pulmonar y alérgico crecen en progresión geométrica. Hospitales y consultorios de especialistas están llenos con las víctimas de las más diferentes impurezas.
Aproximarse al tubo de escape de un vehículo es un suicidio, tal es la adulteración del combustible actualmente. Esto sin citar los motores no regulados...
Ciudades asesinadas
Cuando usted se acerca por carretera, por vía aérea o marítima, a los grandes centros poblacionales del mundo, pronto ve el paisaje sitiado por un océano de gases nocivos.
Los niños y los ancianos que viven allí merecen respeto.
No obstante, de manera implacable, su salud está siendo minada. Empezando por la psíquica, dado que las mentes humanas están padeciendo toda especie de presiones. Por esto, de poco sirve rodearse de muros cada vez más altos, si de antemano, la amenaza estuviera dentro de casa, alcanzando el cuerpo y la psicología del ser.
En ciudades de playas, a pesar del mar, el envenenamiento atmosférico avanza, sin hacer referencia a la contaminación de las aguas y de las arenas... Lo que sorprende es que construyen, en muchas de ellas, metrópolis altamente politizadas, y sólo de un tiempo para acá sus habitantes en verdad despertaron a tan terrible riesgo.
Descontaminar cualquier área urbana o rural debería formar parte de un programa valiente del político que realmente la amase. No se puede esperar que ésto sólo suceda cuando se convierte en un asunto lucrativo. Aunque no hay nada más provechoso que cuidar del ciudadano, el Capital de Dios.
Los asuntos son múltiples, pero este es gravísimo: estamos respirando la muerte. Nos encontramos ante un tipo de progreso que, al mismo tiempo, propaga la ruina. Nuestra propia ruina.
Se comprueba la necesidad urgente de ampliar la conciencia ecológica del Pueblo, antes que el deterioro de su calidad de vida sea irreversible. Este ha sido el desafío enfrentado por varios idealistas pragmáticos.
Sin embargo, a veces, la ganancia se revela mayor que la razón. El descuido en la preparación de ciertas comunidades, para que no esterilicen el suelo, se muestra superior al instinto de supervivencia.
La contaminación que llega antes
La infinidad de contaminantes que está perjudicando la vida de cada uno se deriva de la falencia moral que, de una forma o de otra, atormentan a todos. Vivir en el presente momento es administrar el peligro. Pero, aún hay tiempo de atender la propuesta de Antoine de Saint-Exupéry (1900-1944): “Es necesario construir caminos entre los hombres”. Realmente, porque cada vez menos nos estamos encontrando en los caminos de la existencia como hermanos. Lejos de la Fraternidad Ecuménica, no disfrutaremos la Paz.
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