Beijing+25 (2020) — El protagonismo de la mujer en la construcción de la Paz
Artículo publicado en la revista BUENA VOLUNTAD Mujer, enviada a las Naciones Unidas en marzo de 2020.
El 8 de marzo es el Día Internacional de la Mujer, quien sigue siendo víctima, en pleno siglo XXI, de las mayores atrocidades, entre ellas, la execrable violación. Un crimen injustificable. Una vergüenza para la humanidad.
En el Preámbulo de la Constitución de la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO), aprobada el 16 de noviembre de 1945, encontramos la descripción de esta realidad: “Puesto que las guerras nacen en la mente de los hombres, es en la mente de los hombres donde deben erigirse los baluartes de la Paz”. Exacto: eso vale para cualquier otra barbarie. En el 2016, abrí mi libro Reflexiones del Alma con esa enseñanza, que realmente orienta nuestros planes de trabajo. Sin embargo, considero importante evidenciar que esa cuidadosa advertencia se refiere a los seres humanos en general, y no solo al género masculino.
Saludos
Mis saludos a las delegaciones internacionales, a las autoridades y a todos los participantes que decididamente se reúnen aquí, en Nueva York, EUA, entre los días 9 y 20 de marzo de 2020, durante la 64.ª sesión de la Comisión de la Condición Jurídica y Social de la Mujer, organizada por las Naciones Unidas (ONU), con el noble objetivo de discutir el tema central: “Revisión y evaluación de la implementación de la Declaración y Plataforma de Acción de Beijing y los resultados de la 23.ª sesión especial de la Asamblea General”.
Así, se promueve una profunda reflexión sobre los desafíos actuales que afectan el cumplimiento de esa agenda esencial, el logro de la igualdad de género y del empoderamiento de las mujeres y cómo esas realizaciones contribuyen con el éxito de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS).
Es siempre con mucho honor que la Legión de la Buena Voluntad (LBV) prestigia estos debates con su contribución y se empeña en la defensa de ese fundamental objetivo, sobre todo en un globalizado mundo belicoso.
Cuando participamos en la Cuarta Conferencia Mundial sobre la Mujer, en 1995, aquel memorable encuentro, en Beijing, China, dirigimos a los conferencistas un mensaje publicado anteriormente en la revista International Business and Management, en 1987, con el siguiente título: “No hay mundo sin China”. Allí, entre otros tópicos, escribí:
El camino de la LBV es la Paz. ¡Basta de guerras! La brutalidad es la ley de los irracionales, no la del ser humano, que se considera superior. Defendemos la valoración del ser humano, dentro de la imprescindible igualdad, antes que todo espiritual, de género, ya que la riqueza de un país es su pueblo. (...)
Hagamos nuestras estas palabras de San Pedro Apóstol, según en su Primera Epístola, 3:11:
—Apártese del mal y haga el bien; busque la paz, y sígala.
Esa Paz tan anhelada, legítima, necesaria, antídoto para los problemas espirituales, sociales y físicos, como por ejemplo las crisis globales, se alcanzará cuando ya no exista ningún tipo de discriminación contra las mujeres y las niñas (mejor dicho, los niños de ambos sexos). Así, les garantizaremos su empoderamiento y autonomía, para que sean protagonistas del desmantelamiento de la crueldad absurda que domina el interior endurecido de los individuos, con el sentimiento materno que nace en el corazón de cada una —independientemente de que sean madres de hijos carnales—, porque proclamo, con todas mis fuerzas, que todas las mujeres son madres.
El ejemplo de Hipatia
Viene a mi memoria el ejemplo de una personalidad pionera en las Matemáticas y la Astronomía, y un ícono de la Filosofía en la antigüedad, a quien homenajeé en mi artículo “Hipatia, madre de filósofos”. Ascética y célibe, ella no dejó herederos, pero, como reiteré en 1987, hay muchas formas sublimes de ser madre, incluso la de dar a luz a grandes realizaciones en favor de la humanidad.
Ese fue su caso. Su dedicación a las cuestiones metafísicas generó verdaderos hijos, para perpetuar en las mentes la constante necesidad de buscar respuestas a las indagaciones que siempre nos afligieron. En una época en que la intelectualidad femenina no era reconocida, las tesis de Hipatia (aproximadamente 355-415) influyeron en muchos poderosos. Sus conferencias no se limitaban al ámbito filosófico, porque su opinión también era requerida sobre asuntos políticos y de la comunidad.
Sin embargo, en un ambiente de fuerte intolerancia, Hipatia empezó a incomodar. Y la brutalidad para quitarle la vida provocaría espanto a los más crueles verdugos de todos los tiempos. Como no queremos que se repitan las terribles actitudes practicadas contra la filósofa de Alejandría, vale destacar el texto extraído de la “Declaración y Plataforma de Acción de Beijing: la mujer en el ejercicio del poder y la adopción de decisiones”, en el que podemos leer:
—La Declaración Universal de Derechos Humanos establece que toda persona tiene derecho a participar en el gobierno de su país. La habilitación y autonomía de la mujer y el mejoramiento de su condición social, económica y política son fundamentales para el logro de un gobierno y una administración transparentes y responsables y del desarrollo sostenible en todas las esferas de la vida.
He aquí un paso decisivo para extinguir la intolerancia, que patrocina nefastas acciones contra la humanidad.
La necesaria protección en el hogar
En general, las primeras en sufrir los daños lamentables de las conflagraciones planetarias son justamente las mujeres y las niñas (por cierto, todos los niños). Por lo tanto, observamos el peligro inminente que aún pone en riesgo los buenos ideales de verlas libres y amparadas en sus propios hogares.
La violencia contra ellas es una triste realidad presente en las más diversas regiones del mundo, incluyendo los países que avanzaron en las leyes que las protegen. Es decir, no está circunscrita a las áreas en conflicto declarado. Hay una especie de guerra enmascarada que habita nuestros hogares, comunidades, empresas, municipios, Estados, religiones... ¡Donde haya violencia, allí estará la aterradora cara del odio!
Ese torpe semblante fue conocido por la valiente enfermera británica nacida en Florencia, en ese entonces la capital del Gran Ducado de Toscana, actual Italia, Florence Nightingale (1820-1910). Ella luchó para romper las retrógradas convenciones referidas al papel de la mujer en la sociedad de su época, convencida de haber sido llamada por Dios para servir a un gran propósito. Con su abnegación, aportó considerables avances al campo de la salud, en la era victoriana. A lo largo de su inestimable contribución en el cuidado de los soldados ingleses durante la Guerra de Crimea, “la dama de la lámpara” declaró con propiedad, en una carta con fecha del 5 de mayo de 1855:
—Nadie puede imaginarse los horrores de la guerra. No son las heridas y la sangre, y la fiebre maculosa o baja, o la disentería crónica y aguda, el frío, el calor, y la escasez. Sino la intoxicación, la brutalidad embriagada, la desmoralización y el desorden por parte de los inferiores; la envidia, la maldad, la indiferencia, la brutalidad egoísta por parte de los superiores. (...)
Vale también recordar aquí un fragmento del discurso de Sojourner Truth (1797-1883), predicadora pentecostal y activa abolicionista afroamericana, proferido en 1851, durante la Convención de los Derechos de las Mujeres en Akron, Ohio, Estados Unidos, en la que era la única persona negra presente.
En el referido evento, donde se discutía el empoderamiento femenino por el derecho al voto y al trabajo, Truth denunció la invisibilidad impuesta a las mujeres de su etnia, apartadas de aquellos debates por cuestiones raciales. Y declaró con propiedad:
—Los caballeros dicen que las mujeres necesitan ayuda para subir a las carretas y para pasar sobre los huecos en la calle y que deben tener el mejor puesto en todas partes. Pero a mí nadie nunca me ha ayudado a subir a las carretas o a saltar charcos de lodo o me ha dado el mejor puesto, y ¿acaso no soy una mujer? ¡Mírenme! ¡Miren mis brazos! ¡He arado y sembrado, y trabajado en los establos y ningún hombre lo hizo nunca mejor que yo! Y ¿acaso no soy una mujer? Puedo trabajar y comer tanto como un hombre si es que consigo alimento, ¡y puedo aguantar el latigazo también! Y ¿acaso no soy una mujer? Parí trece hijos y vi cómo casi todos fueron vendidos como esclavos, cuando lloré mi dolor de madre nadie, excepto Jesucristo, me escuchó y ¿acaso no soy una mujer?
Aunque ante un cuadro tan severo, como el descrito, y desafortunadamente presente en pleno siglo XXI, jamás nos olvidemos de esta máxima del célebre científico, médico, bacteriólogo, epidemiólogo y sanitarista brasileño Dr. Oswaldo Cruz (1872-1917):
—No esmorecer para no desmerecer.
Igualmente destaco en mis conferencias fraternas que, si es difícil, comencemos ya, o mejor, ¡ayer!, porque queda mucho por hacer. Y no se puede concebir cualquier emprendimiento que busque la solución de los males terrenales sin la participación efectiva de las mujeres de todas las etnias, creencias e incluso las que no la tienen.
Releyendo mi libro Jesús, el Dolor y el origen de Su Autoridad, lanzado, en portugués, el 8 de noviembre de 2014, encontré algunas modestas anotaciones, que me gustaría presentarles a ustedes, que me honran con la lectura:
Desarmar los corazones
Lamentablemente, los pueblos aún no regularon sus lentes para ver que la verdadera armonía nace en el interior esclarecido de cada ser humano, por el conocimiento espiritual, por la Generosidad y por la Justicia. Como suelo afirmar y, otras veces, lo comentaré, esto genera abundancia. La tranquilidad que la Madre-Padre Celestial brinda no se asemeja para nada con los intentos frustrados y acuerdos ineficientes, registrados a lo largo de nuestra historia. El ingeniero y abolicionista brasileño André Rebouças (1838-1898), tradujo en metáfora la inercia de las perspectivas exclusivamente humanas:
—La paz armada es para la guerra, como las enfermedades crónicas para las enfermedades agudas; como una fiebre persistente para el tifus. Todas esas enfermedades aniquilan y matan a las naciones; es solo una cuestión de tiempo.
(El destaque es mío).
Ahora bien, vivir la Paz desarmada, a partir de la fraternal instrucción de todas las naciones, es una medida improrrogable para la supervivencia de los pueblos. Sin embargo, para ello, es necesario, primero, desarmar los corazones, conservando el sentido común, conforme destaqué a la compacta masa de jóvenes de todas las edades que me oían en la ciudad de Jundiaí, Brasil, en septiembre de 1983 y publiqué en el diario Folha de S.Paulo, del 30 de noviembre de 1986. Incluso porque, como dije en ese entonces, el peligro real no está únicamente en los armamentos, sino también en los cerebros que crean las armas; y que generan las condiciones, locales y mundiales, para que las utilicen; los dedos que aprietan los botones, y que aprietan los gatillos.
Solas, las armas no hacen nada, tampoco surgen por “generación espontánea”. No obstante, son peligrosas, aunque se las guarde en los almacenes. Pueden explotar y se oxidan, contaminando el medio ambiente. Ellas son el efecto de la causa ser humano cuando está apartado de Dios, la Causa causarum*, que es Amor (Primera Epístola de San Juan, 4:16); visto, de un lado a otro, con equilibrio y reconocido como inspirador de la Fraternidad Ecuménica. Esta es la magnánima referencia para todas las religiones y el grandioso deseo de todos los seres, independientemente de sus creencias o descreencias, las cuales respetamos. Nosotros que, distanciados del Bien, somos las verdaderas bombas atómicas, las armas bacteriológicas, químicas, los cañones, los fusiles, cuando no somos cumplidores o cumplidoras de los preceptos de Fraternidad, Solidaridad, Generosidad y Justicia de la Divinidad Sublime, que nos desafía a ser mejores y a cuidarnos unos a otros.
El día en que los individuos, reeducados sabiamente, no tengan más odio para disparar artefactos mortíferos, mentales y físicos, estos perderán todo su terrible significado, su mala razón de “existir”. Entonces, ya no serán construidos.
Es necesario desactivar los explosivos, terminar los rencores que insisten en habitar los corazones humanos. Este es el gran mensaje de la Legión de la Buena Voluntad, inspirado en Jesús, a Quien comprendemos como el Cristo Ecuménico, cuyo mensaje y enseñanzas de Paz son dirigidos irrestrictamente a todos los habitantes del mundo y nunca pueden ser vistos como un incentivo a la intolerancia o a la segregación: desarmar, con una fuerza mayor que el odio, la ira que dispara las armas. Se trata de un trabajo de educación de amplio espectro, en cada sector del conocimiento espiritual-humano; más que eso, de reeducación. Y esa poderosa energía transformadora es el Amor Fraterno. No me refiero al aún incipiente amor de los hombres, sino al Amor de Dios, del que todos nosotros necesitamos alimentarnos. Tenemos, en nuestras manos, la más potente herramienta del mundo. La que, sí, va a evitar los diferentes tipos de guerra, que al principio nacen en el Alma del ser viviente, cuando está enferma. (…)
Superar los obstáculos
Para terminar este modesto artículo, recurro a un argumento que presenté durante una de mis conferencias improvisadas, igualmente adecuado a quienes quizá piensan que la construcción responsable de la Paz sea imposible: (...) ¿Esto es una utopía? Todo lo que hoy es visto como progreso se consideró delirante en un pasado no tan remoto. (...)
Si se invirtiera mucho más en educación, instrucción, cultura y alimentación, iluminadas por la Espiritualidad Superior, los pueblos tendrían mejor salud, por lo tanto, mayor calificación espiritual, moral, mental y física, para la vida y el trabajo, y menores serían los gastos en seguridad. “¡Ah!, ¡¿es un esfuerzo de muchos años?!”. Por eso, ¡no perdamos el tiempo! Si no, las conquistas civilizadoras en el mundo, que amenazan desmoronarse, podrán dar paso al contagio de la desilusión que alcanzará a toda la Tierra. No podemos permitir tal coyuntura.
Convivir pacíficamente
El fraterno saludo enseñado por el Cristo —el Príncipe de la Paz, en virtud de Sus incontables ejemplos para el entendimiento entre los pueblos— a Sus Apóstoles y Discípulos se extiende ecuménicamente a todos los seres terrenales, como una valiosa invitación a la convivencia en paz en el planeta, nuestra morada colectiva:
—En cualquier casa donde entren, digan primero: ¡Paz a esta casa! (Evangelio de Jesús, según San Lucas, 10:5).
La Paz es el sublime sentimiento que, transformado en acciones concretas a partir de nuestro esfuerzo, puede llevar a la más completa red de protección a las mujeres y a las niñas, por consecuencia, a todos los géneros. ¡Trabajemos incansablemente por ella!
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* Causa causarum: expresión en latín que significa la Causa de las causas, en este caso, Dios.
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