La fuerza de la oración
Constantemente me llegan cartas, mensajes, recados de aquellos que enfrentan grandes padecimientos. Son madres cuyos hijos murieron, padres luchando por apartar del vicio a seres queridos, jóvenes en la búsqueda de un rumbo correcto, personas debilitadas por un mal incurable, ancianos abandonados por quienes deberían ampararlos en la vida; y también existe el problema de la “soledad acompañada”. Tal vez sea uno de los factores por los cuales algunas personas hoy se expongan tanto a pesar de toda la proclamación de éxito que se les hace, diciendo: “— ¡Hola, estoy aquí! ¡También tengo corazón!”
Una señora, a quien llamaré Doña Rosalina, es una de esas personas sufridas que ansían, al menos, una palabra de consuelo. No entraré en la particularidad de su
caso. Pero puedo revelar una pequeña sugerencia que le hice y que, según me relata, le ha servido de apoyo.
Me valí de mi propia experiencia. En los momentos de dificultad, cuando parece que no hay salidas para ciertas cuestiones, recurro a la oración y encuentro fuerzas para el trabajo. Y no me he arrepentido, de seguir el lema del venerable San Benito (480-547): “Ora et labora”.
Le pasé entonces una oración que, por primera vez, oí del inolvidable minero de Santos Dumont, Geraldo de Aquino (1912-1984), y espero que le sirva a quien me honra con su atención, si, en la lucha diaria, estuviera atravesando pruebas que, a veces, no puede revelar al mejor amigo o a la más sincera confidente. Nadie, religioso o ateo, se encuentra libre de eso.
Esa oración, desde su nombre, invoca un sentido que todos necesitamos: Caridad (Charitas, en latín), la que perfecciona las relaciones de los que buscan ver en el semejante algo más que una bolsa de carne o una fuente inagotable de exploración. La Caridad no es cautiva de la acepción restringidísima a que algunos la quieren condenar. Se trata de la más elevada política. Ilumina el Espíritu del ciudadano. Ella enardece el coraje de las personas. ¿Por qué perder la esperanza? La primera víctima de la desesperación es el desesperado.
Oración de Caritas
Dios, nuestro Padre,/ que eres todo Poder y Bondad,/ da fuerzas a aquellos/ que pasan por una prueba,/ da luz a aquellos/ que buscan la Verdad,/ pon en el corazón del hombre/ la compasión y la Caridad./ ¡Dios!/ Da al viajero la estrella guía,/ al afligido, el consuelo,/ al enfermo, la cura./ Induce al culpable al arrepentimiento./ Da al Espíritu, la verdad,/ al niño, la guía,/ al huérfano, el padre./ ¡Señor! Que Tu Bondad/ se extienda sobre todo lo que creaste./ Piedad, Señor,/ para aquellos que no Te conocen,/ esperanza para aquellos que sufren./ Que Tu Bondad permita/ que los Espíritus consoladores/ derramen por todas partes ¡la Paz, la Esperanza, la Fe!/ ¡Oh! ¡Dios!/ Un rayo, una chispa de Tu Amor/ puede iluminar la Tierra,/ déjanos beber en las fuentes/ de esa Bondad fecunda e infinita./ Y todas las lágrimas se secarán,/ todos los dolores se calmarán./ Un solo corazón, un solo pensamiento subirá hasta Ti,/ como un grito de reconocimiento y de amor./ Como Moisés sobre la montaña,/ nosotros Te esperamos con los brazos abiertos,/ ¡Oh! Bondad,/ ¡Oh! Belleza,/ ¡Oh! Perfección./ Nosotros queremos, de alguna manera,/ merecer Tu misericordia./ ¡Dios!/ Danos fuerza,/ ayuda a nuestro progreso/ con el fin de elevarnos hasta Ti;/ danos la caridad pura y la humildad;/ danos la fe y la razón;/ danos la sencillez,/ que hará de nuestras almas/ el espejo donde se reflejará/ Tu Divina Imagen.
Con la palabra, un Nobel de Medicina y Fisiología.
El Dr. Alexis Carrel (1873-1944), Premio Nobel de Medicina y Fisiología (1912) y famoso autor de El hombre, ese desconocido escribió con respecto al asunto que alienta las almas:
“La oración es (...) la forma de energía más poderosa que el hombre es capaz de generar. Se trata de una fuerza tan real como la gravedad terrestre. En mi calidad de médico he visto enfermos que después de haber intentado otros medios terapéuticos, sin resultado, lograron liberarse de la melancolía y de la enfermedad, mediante el sereno esfuerzo de la Oración. Pues es ésta, en el mundo, la única fuerza que parece capaz de superar las llamadas ‘leyes de la Naturaleza’. Existen muchas personas que se limitan a ver en la Oración (...) un refugio para los tímidos, o un mero pedido infantil movido por el deseo de cosas materiales. Concebirla en estos términos es menospreciarla erróneamente. (...) Dijo Emerson (1803-1882) ‘Nadie jamás oró sin que haya aprendido algo’. (...) El más profundo manantial de energía y perfección que se encuentra a nuestro alcance ha sido miserablemente abandonado. (...) Si la fuerza de la Oración fuera puesta en acción en la vida de hombres y mujeres; si el Espíritu proclamara sus designios claramente, invictamente, habría confianza entonces en que no son en vano nuestras anhelos por un mundo mejor”.
Vean que no cité la opinión de ningún “místico delirante”, sino de un respetado hombre de ciencia.
Todo aquel que sufre, desde la choza al palacio, con seguridad ya tuvo la oportunidad de comprobar esa realidad.
Solo se logra la independencia del dolor con el corazón fuerte.
¿No es así, Doña Rosalina?
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